Sean Penn
(Burbank, California, 1960) Actor de cine
estadounidense, uno de los intérpretes más dotados de su generación y a
la vez un personaje polémico e incómodo para Hollywood, que ha tardado
en recompensar sus méritos. Sean Justin Penn procede de una familia de
actores y artistas: es el segundo hijo del matrimonio formado por el
actor y director Leo Penn (1921-1998), de extensa y prolífica
trayectoria eminentemente televisiva, y la actriz Eileen Ryan, una
secundaria todoterreno de igualmente dilatada labor.
Su
hermano mayor, Michael (1958), es cantante y compositor, autor de
varias bandas sonoras y también actor ocasional, mientras que
Christopher, Chris (1962), el menor, es actor. Unos y otros han
coincidido más de una vez ante las cámaras, como en la película Hombres frente a frente (1986), de James Foley, que reunió a Sean, Chris y Eileen, su abuela en la ficción.
Sean Penn
En 1970 la familia fijó su residencia en Malibú, donde Sean se
convirtió en un apasionado del surf. Por lo demás, parecía interesado en
seguir los pasos de su hermano mayor, si es que antes no formaba algún
grupo de rock. Pero cuando acabó sus estudios secundarios en la Santa
Monica High School, disgustó a los suyos con su deseo de no ir a la
universidad y en cambio especializarse en mecánica del automóvil. No
obstante, pronto desistió de tal propósito y tomó la decisión de
dedicarse a la actuación.
Estudió interpretación dos
años en el Group Repertory Theater de Los Ángeles y con la legendaria
profesora de arte dramático Peggy Feury. Con veinte años se mudó a Nueva
York y pronto consiguió debutar en el off-Broadway con Heartland
(1981), de Kevin Heeland, que sólo se mantuvo un mes en cartel. No
volvería a subir a un escenario hasta la primavera de 1983, con The slab boys, de John Byrne.
Pero
por entonces ya había pasado por Hollywood y estaba convencido de que
su carrera estaba en el cine. Sus primeros filmes fueron Taps. Más allá del honor (1981), de Harold Becker, Aquel excitante curso (1982), de Amy Heckerling, y ya como protagonista, Bad boys
(1983), un drama carcelario de Rick Rosenthal en el que ya se intuía el
gran actor que había en él, y aunque poco recuerde el Penn de hoy a
aquel joven de larga melena y brazos tatuados, una publicación de la
época lo incluía entre los doce jóvenes con más futuro de Hollywood.
Actor rebelde
No se equivocaban, desde luego, pero el rebelde Sean Penn de aquellos
años daría varios tropiezos antes de hacerse acreedor de la favorable
consideración general que hoy posee, aun con su rebeldía intacta. En esa
línea ascendente que seguía en sus comienzos, hay que apuntar Adiós a la inocencia (1984), de Richard Benjamin; Crackers (1984), de Louis Malle, y El juego del halcón (1985), de John Schlesinger, aunque el simultáneo discurrir de su vida privada dejó trazos más gruesos.
Así
lo recogía la prensa de la época, que atribuía el fin de su relación
sentimental con su compañera en la primera de estas películas, Elizabeth
McGovern, a su efímera aventura con la mujer del director de la
segunda, una estupenda señora muchos años mayor que él llamada Susan
Sarandon, que dio así fin a su unión con el realizador francés. En
cuanto a Penn, ya en el siguiente rodaje puso el broche de oro a estas
historias con su sonado matrimonio, el 16 de agosto de 1985, con
Madonna, la cantante más famosa que dio la música pop de las últimas
décadas.
Fue el punto de inflexión en la trayectoria del actor, quien se vio metido en un despropósito como Shanghai surprise
(1986), de Jim Goddard, que le supuso el premio Razzie al peor actor
del año, única mancha en su currículo profesional. Pero fue sobre todo
la extraordinaria fama de su mujer, unida a la vehemencia de su
carácter, lo que le acarreó mayores contratiempos por sus
enfrentamientos con fans, periodistas y paparazzi, e incluso sufrió una
condena por agredir a un grupo de ellos, en 1987, por la que tuvo que
pasar más de un mes entre rejas y otros seis de servicios comunitarios.
Recogiendo el Oscar 2004 al mejor actor
Todo
ello, como es lógico, ejercía un influjo negativo en su carrera, algo
evidente si se tiene en cuenta que los trabajos de ese período surgieron
de su entorno más cercano. Es el caso de Colors (1988), de su íntimo amigo Dennis Hopper, o de Juicio en Berlín (1988), de su padre Leo Penn, e incluso de Corazones de hierro (1989), de su colega Brian De Palma.
Méritos recompensados
Los vientos empezaron a cambiar definitivamente de rumbo tras el
divorcio del matrimonio, en enero de 1989. Luego de fugaces romances con
Pam Springsteen y la entonces casi adolescente cantante Jewel Kilcher,
en el rodaje de El clan de los irlandeses (1990), de Phil Janou,
conoció a la actriz Robin Wright e inició con ella una relación más
madura. Acababa de cumplir los treinta, y su intención de comenzar una
vida distinta quedó patente con el anuncio de su definitiva retirada de
la actuación.
Como es sabido, no ocurrió tal cosa,
pero sí estuvo ausente tres años de las pantallas. Mientras tanto,
escribió el guión y luego produjo y realizó su primer filme como
director, Extraño vínculo de sangre (1991), que reveló su pulso
en el oficio. Durante ese período, además, nació su hija Dylan Frances
(1991), mientras que su compañera añadió el apellido del actor a su
nombre artístico y pasó a llamarse desde entonces Robin Wright Penn.
El
nacimiento de su segundo hijo, Hopper Jack (así bautizado en honor a
los dos grandes amigos del actor, Dennis Hopper y Jack Nicholson), en
agosto de 1993, precedió a los incendios propagados por amplias zonas de
California y que devastaron su casa de Malibú. La familia se mudó
entonces a Marin County, al norte de San Francisco, donde el actor tiene
su propia productora, Clyde Is Hungry Films. Allí los Penn formalizaron
su unión matrimonial en 1996.
Penn dirigió otras películas. Cruzando la oscuridad (1994) y El juramento (2001) hicieron palpable su crecimiento en el dominio del oficio, pero fue sobre todo su episodio de 11’09’’01. Once de septiembre
(2002), que se alzó con el máximo galardón en el Festival de Venecia y
el premio de la Unesco, el que lo reveló en su espléndida madurez
creativa. El mismo proceso y con parejos resultados se operó en su
trabajo como actor, en el que logró prodigios de expresividad, tensión y
contención dramática poco comunes.
Esa riquísima siembra, en títulos como Pena de muerte (1995), de Tim Robbins; Atrapada entre dos hombres (1997), de Nick Cassavetes; Descontrol (1998), de Anthony Drazan; La delgada línea roja (1998), de Terrence Malick; Acordes y desacuerdos (1999), de Woody Allen; Yo soy Sam (2001), de Jessie Nelson; Mystic River (2003), de Clint Eastwood, o 21 gramos
(2003), de Alejandro González Iñárritu, cosechó sus primeros grandes
frutos en Europa, como lo atestiguan varios premios al mejor actor entre
Osos de Plata en el Festival de Berlín, Palmas de Oro en el de Cannes,
Copas Volpi en Venecia y el premio Donosti del Festival de San Sebastián
2003 por el conjunto de su carrera, una distinción tan prematura que el
actor agradeció con humor: «Es bueno que te lo den al principio de tu
carrera. ¡Lo que habría dado de sí George W. Bush si hubiese ganado el
Premio Nobel de la Paz a los diez años!».
Sean Penn en Mystic River (2003)
Paralelamente, en la ceremonia de los Oscars de 2004 la Academia de las
Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos decidió hacer
justicia a este actor controvertido, que ya había sido nominado a la
estatuilla al mejor protagonista en tres ocasiones con anterioridad, y
le otorgó el citado galardón por su papel en Mystic River. Siempre fiel a su carácter indómito, en julio de ese mismo año inició el rodaje de The last face,
una cinta independiente, dirigida por Erin Digam, en la que compartía
cartel con su esposa y con el actor español Javier Bardem.
Una estrella comprometida
Al igual que ha desarrollado su carrera a espaldas de las grandes
productoras y se ha inclinado por un cine independiente, en muchos casos
realizado preferiblemente entre amigos (claro que son amigos del
calibre de Tim Robbins, Susan Sarandon o Jack Nicholson) y a partir de
guiones que planteen un debate social, con trabajos sabiamente
escogidos, el rasgo más destacable de la persona de Sean Penn es su
compromiso, un respeto por los derechos humanos y una exigencia de
justicia que lo distinguen de la mayoría de sus compañeros de profesión.
A fines de los años cuarenta, su padre, un actor judío de gran futuro,
condecorado por sus servicios en la Segunda Guerra Mundial, se vio de
pronto en la lista negra y acosado por la Caza de Brujas del senador
McCarthy, hasta que un buen día, cansado de trabajos clandestinos y de
figurar con otros nombres -Clifford Penn, Leonard Penn-, decidió
claudicar. Desde entonces trabajó en la sombra, detrás de la cámara, y
con el tiempo se resignó a ser el reconocido guionista, productor y
director de televisión que fue.
Su hijo Sean es el
testigo vivo de esa frustración, y habla en voz alta. En diciembre de
2002, cuando el presidente de su país buscaba apoyos para invadir Iraq,
viajó a Bagdad para comprobar con sus propios ojos cuánto había de
verdad en la historia oficial que contaban los medios, y a su regreso
gastó 56.000 dólares de su bolsillo para publicar una extensa carta
abierta a George W. Bush en The Washington Post en la que lo acusaba de
violar la Constitución y de disfrazar las verdaderas causas de esa
guerra «con su política simplista y temeraria».
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